Es la sangre deslavada corre entre las piedras a causa de unas cuantas balas y algunas gotas que asustadas tratan de ahuyentar el pecado, el cielo se desmaya en la tierra y entre las pasiones ahogadas se esconden los sonidos estridentes, huyen hacia un cuerpo que trata de esconderse debajo de los pulmones, ahí justo donde el aire expira para dar pasó al silencio. Justo al inicio de un silencio inagotable, se deja escuchar el goteo de vida que escapa a chorros, se rompe un silencio e inicia otro, matiza el aire con un sabor a dolor, con un aire que porta espigas de muerte, se escuchan los perros en su monótono llanto, gritos de azufre que parten las paredes, gritos que intentan detener el río, el cauce de delirio brota en los cerros y se instala en las almas que sobreviven.
Es el estridente rayo que decora el rostro de la muerte, una muerte que ha cambiado su guadaña por un arma más pequeña, rítmica y sonora; con ella va decorando los rincones de las piedras, los tatuajes de las paredes, el coma de los hogares, las luces trémulas de las calles, ahora la muerte ha modificado su antiguo silencio por uno más ruidoso, quieto y mucho más silencioso.